Son tiempos de Reboot. El concepto de remake ya parece añejo, ahora lo que se lleva es revivir antiguas franquicias e historias, replantearlas y comenzar todo otra vez. “No más secuelas, hagamos todo de nuevo”, esa es la ley. Dicen, para que nuevas generaciones conozcan lo que se perdieron, pero todos sabemos que el dinero es lo que mueve todo esto, lo que no quiere decir que sea malo. De esta fiebre revisionista y pseudo posmo han salido buenas cosas, como lo que hicieron con Batman y James Bond. Siguiendo la lógica Hollywoodense lo más visitado ha sido el catalogo infantil. Los estudios han puesto ojo en todo cuento clásico con potencial de efecto especial y vamos filmando. Primero fue Alicia en el país de las maravillas, luego Blanca Nieves, con dos superproducciones, por ahí una desapercibida Caperucita y pronto viene lo mismo con La Bella Durmiente y Cenicienta. Son historias queridas y conocidas por todos, es simplemente “ir a la segura”, como el caso de hoy: El Mago de Oz, película de 1939, edad de oro del cine gringo y una de las películas más recordadas del cine mundial. Judy Garland cantando Somewhere Over the Rainbow está en el inconsciente de todos, por lo menos de los que alcanzamos a tomar la papa viendo Tardes de Cine en el 13. Como era de esperar llegó la (en este caso) precuela del cuento, basado en la serie de novelas escritas por L. Frank Baum sobre este mundo paralelo más allá del arcoíris. La historia nos cuenta como Oz, el mismísimo mago de Oz, llega desde Kansas a convertirse en el amo y señor de Ciudad Esmeralda. La película no se ahorra nada, y toma todas las licencias de la cinta original para contar la travesía de este mago charlatán que de pronto se ve en medio de tres brujas tratando de recibir un trono que cree no merecer. Hay tornado, colores sepia e incluso el antiguo formato 4:3 en un comienzo para luego pasar al widescreen y los colores chillones, esta vez en versión CGI y con el infaltable 3D. Todo luce bien, y es coherente con lo que recordamos, como el palacio verde brillante, los monos voladores y el camino amarillo, lo único que no está por ninguna parte son los famosos y recordados zapatos de rubí.
Meterse con un clásico del tamaño de El Mago de Oz era difícil, pero el encargado de esto es Sam Raimi, un cuenta cuentos bastante aplicado quien supo como sacar a flote algo que parecía por lo menos arriesgado. La película tiene el humor y el tono de antaño con la agilidad y la tecnología de hoy, logrando poner en este cuento de niños ciertos agregados y dobles lecturas bastante inesperadas. Cine de entretención, familiar y sin pretensiones, con momentos y viñetas muy logradas, algo que Tim Burton no pudo con ese bodrio llamado Alicia.
– Ojo con el cameo de Bruce Campbell.
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