Varias veces me ha pasado que me he probado alguna prenda maravillosa que me quita el aire y he estado pobre como una rata. Al volver con las lucas, esa prenda ya no existe. Aquel sufrimiento es irreparable, hasta que me encuentre con otra cosa igual de espectacular…
Siempre que me engancho con algo, sé que es serio cuando comienza la etapa de idealización de dicha prenda, accesorio, zapato u otro. Cuando empiezo a pensar que aquel artículo va con todo mi guardarropa y lo lindo que se vería si lo combino, mi agonía está en su primer estadio. Si a todo esto le sumamos la falta de capital, ya prácticamente estoy con un pie en el otro mundo.
Mis modos de operar para conseguir dichos artículos son variados: desde asaltar mi libreta de ahorro, (que siempre tiene un saldo de emergencia para estas situaciones caóticas) hasta llegar a vender otra cosa que ya no es tan necesaria en mi vida, el fin justifica los medios… Es por eso, que desde que trabajo, me he tomado la licencia de comprar de inmediato aquellos artículos que me desesperan, me evito el sufrimiento y qué más da ¡si para eso trabajo! Por mí, compraría mil cosas, pero trato de mantenerme medianamente controlada y discriminar entre las cosas que pueden esperar y las que se acabarán al instante. Debo decir que mi ojo lleva años adiestrándose para estos propósitos y siempre le achunto. Hay cosas que simplemente no estarán cuando llegue el momento de la liquidación, es ahí cuando mi tarjeta tiembla, y solo me permito decidir en un minuto. A veces, suelo devolver o cambiar lo que he comprado, pero al menos, me quedo tranquila que ese artículo que me hacía desvariar, no era tan espectacular como creía. Es por eso que mi mejor amigo, es el ticket de cambio ¡Que Dios lo tenga en su santo reino!