Sobre el estigma de ser tontas…

«Las mujeres son tontas.» ¿Cuánto de verdad hay en esa frase? ¿Cuánto valor le otorgamos a cómo nos dicen que debemos ser?

Pareciera ser que los estereotipos no solo afectan la manera en que los demás se comportan con nosotras, sino también la forma en que decidimos relacionarnos con ellos. Esta reflexión solo busca explicar por qué he visto tantas veces a mujeres callar, empequeñecer y renegar, casi con vergüenza, su inteligencia. Las invito a observar, a opinar, a discutir y meditar por qué en ocasiones nos sentimos incómodas de nuestra propia capacidad.

Ser inteligentes es “poco atractivo”

Por alguna razón se ha instalado la creencia de que ser inteligente es lo opuesto a ser sexy, que una mujer con cerebro no puede ser atractiva ni sensual, que si demuestras lo lista que eres ningún hombre se va a interesar en ti.

¿En qué momento pensar se convirtió en algo malo?

De alguna forma, la idea de que una mujer se cuestione se equipara constantemente con ser una “mujer problema”, vale decir, una mujer que se queja, que reclama, que molesta. Que sería incapaz de agradar a un varón. Y como no queremos “molestar”, nos callamos.

Otro factor importante es nuestra relación de poder con el género masculino; Una mujer inteligente puede intimidar  y como no queremos hacerlos sentir menos capaces, ni menos astutos, ni menos dominantes, escondemos nuestro conocimiento y nuestras habilidades para agradar. Ponemos la balanza desigual solo para enaltecer su ego.

Ejemplo: En la mayoría de las películas y series nos entregan escasos modelos de mujeres que han logrado obtener altos puestos ejecutivos o escaños de representación política (o cualquier otra actividad que involucre desempeño cognitivo) y, cuando esto ocurre, suele encasillarse al personaje en el estigma de «mujer que ha sacrificado su vida sentimental para llegar a donde está». 

Solo por nombrar algunas: El diablo viste a la moda, La propuesta, Pasante de moda, La cruda verdad, El día de los enamorados.

Las casas de estudio “no son nuestro lugar”

Los roles de género deberían facilitarnos la tarea de descubrir quiénes somos y cómo actuar en el mundo. En vez de eso, se han convertido en pautas rígidas y estereotipadas de lo que está o no al alcance de nuestras posibilidades, únicamente por pertenecer a uno u otro sexo.

No debemos olvidar que las mujeres históricamente han sido designadas según estos roles a labores de hogar y maternidad y que no fue hasta hace poco que lograron el acceso a la educación superior (en Chile hace poco más de un sigloEsto, en contraste con los más de cuatrocientos años de tradición masculina universitaria.

Pero ¿quién determinó que las escuelas no eran para nosotras?

En tales condiciones, no es de extrañar la sensación de inadecuación que surge al momento de enfrentar los desafíos que el mundo académico propone. En nuestra historia cargamos con las enseñanzas de subestimación, de la femineidad como sinónimo de ser tranquila, silenciosa y obediente; todo lo opuesto a la confianza, intrepidez y ansias de conocimiento que implica el proceso de aprendizaje.

Y aunque en la actualidad la mayoría de la población universitaria corresponde a personas de sexo femenino y día a día se disminuye la brecha de género, siguen existiendo prejuicios con respecto a las denominadas “carreras de hombres” versus “carreras de mujeres”.

Ejemplo: El escaso número de mujeres en carreras de ingeniería en comparación con la proporción de hombres o, por dar otro ejemplo, el escaso porcentaje de varones en carreras como educación de párvulos  versus la cantidad de mujeres que estudian para esa profesión.

Nos da miedo equivocarnos

Este punto puede ser un poco más conflictivo y es que el nerviosismo y la inquietud son atributos humanos que no deberían distinguir género. Sin embargo, parece suceder que los varones tienen mayor facilidad a la hora de superar esas dificultades, por lo que su participación en clases suele ser mayor que la de compañeras mujeres.

Dejando de lado diferencias individuales, como el nivel de timidez o el interés por las clases, la tendencia apunta a que las mujeres son más afectadas por la posibilidad de cometer errores, por lo que es menos frecuente verlas realizando preguntas a mano alzada o impacientes por responder una pregunta abierta que ha hecho el/la tutor/a.

¿Por qué nos da tanto miedo equivocarnos?

Esto podría deberse a las diferencias en expectativas que mantienen padres y maestros  basados en los estereotipos de género; si una joven percibe que se tiene poca confianza en sus habilidades o que se esperan bajos resultados de ella por ser mujer, es probable que esto afecte de manera negativa la forma en que sus aptitudes se desarrollan. 

Ejemplo: Existe la creencia generalizada de que «los hombres son mejores en matemáticas que las mujeres». Sin embargo, la razón de ello puede estar en que, bajo esa lógica, se utilizan diferentes metodologías de enseñanza  que tienden a promover un aprendizaje más profundo y complejo de esta materia en varones, lo que les permite mejorar considerablemente sus destrezas. 

Entonces, ¿qué hacemos?

Aunque la respuesta parezca obvia, lo primero sería empoderarnos, dejar de lado la vergüenza y el miedo; creernos el cuento y empezar a confiar más en nuestras capacidades. Lo segundo sería dejar el miedo absurdo a «quedarnos solas» por demostrar que sabemos… ¡La persona con la que elijas estar no debería sentirse amenazado por tus logros sino impulsarte a ser cada día mejor! Y, sobre todo, estar en una relación no debería ser una razón válida para menospreciarte.

Lo tercero sería involucrarnos más y participar activamente; tomarnos los espacios educacionales y dejar en claro que tenemos el mismo derecho a estar allí que cualquier otro. Por último, exigir una educación igualitaria, en donde se nos estimule y valore como alumnas y no por nuestro género.

Tan importante como los cambios que podemos hacer para nosotras, son los esfuerzos que podemos hacer para apoyarnos las unas a las otras:

Ayudarnos para comprender y avanzar en las materias, generar espacios de confianza y seguridad en donde el temor a fallar pueda ser contenido, defendernos si notamos que se está generando una situación injusta o de discriminación y por último alentar a nuestras amigas y compañeras que poseen aptitudes destacadas para que las desarrollen más y las aprovechen

¡Que no dejen pasar buenas oportunidades por temor!

Por: Josefina López | Youtube

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