Cuando era chica, me importaba un bledo el porcentaje de cacao de los chocolates o que tan producidos fuesen. Lo más importante para mí era cuan lindo era el envase. Mientras más colorinche era el envase, más me gustaba, y si el papel brillaba, ya me daba por conquistada. Así que cada vez que podía, pedía que me compraran chocolates lindos.
Entre tanto chocolate, había uno que destacaba de los demás y era el que yo exigía a diario: Cuando mi Tata llegaba del trabajo, teníamos un dialogo clásico: -¿Me trajiste mi casualidad? le preguntaba apenas entraba a la casa. – Voy a revisar, me decía él, -Sí, que casualidad, mira lo que tengo. Y ahí estaba: El chocolate Safari con dibujos de animales en sus envases. Todos los días, esperaba sagradamente mi chocolate. Si no era de esos, mi tata me regalaba otros chocolates, esos que venían con dibujos de autos, los cuales eran idénticos en sabor, pero mis favoritos siempre fueron los Safari. Los de auto, me parecían de niño y eran fomes, además de ser más pequeños; los sentía como una estafa. Yo preguntaba ¿Y mi chocolate de Animalitos? Y mi tata me decía que el señor del almacén ya los había vendido todos y que al día siguiente sí o sí me traería uno.
Junte muchísimos envases en una cajita donde guardaba cosas especiales. Cuando me cambie de casa, perdí mi cajita de tesoros donde estaban mis envases de chocolate. Lo lamenté tanto, porque era una gran colección, ni siquiera alcance a escanearlas y no tengo registro de ellos, más que esta foto.
Nunca me di cuenta del momento exacto en que mi Tata dejo de traerme casualidades en las tardes, como nunca me di cuenta en qué momento deje de ser una niña que se contentaba con envases de chocolate.