El mayor opositor del feminismo no es el hombre, sino su malinterpretación; la amenaza bajo cual se siente, por estar sujeto a nociones tan cómodas, que le resulta difícil explorar alguna apreciación inteligible sobre nuestra lucha y confunde nuestra causa; la exigencia de su respeto hacia nuestros derechos, con competencia. Como si solo quedase una silla en la fiesta y la instauración de lo que nos pertenece, es ese momento en que la anfitriona del cumpleaños apaga la canción: Tiene que empujarnos para sentarse en su silla.
No competimos contigo: Los derechos no son propiedad de solo un género. No exigimos lo que es nuestro, para desposeerte. Esta necesidad por existir de manera justa no es una pelea para menoscabar tu hombría; pero tu antagonismo demuestra que vehementemente crees que tales derechos son solo tuyos; que mientras más se nos “permita”, en “menos hombre” te conviertes. Crees que la corroboración de tu poder, existe en la capacidad directamente opuesta y la impones en nosotras, porque ha sido así desde que recuerdas; desde que tu padre mandaba en la casa, desde que le pegaste solo una cachetada a tu polola, desde que le dijiste a tu hija adulta que se cambiara de ropa porque así no se visten las niñas decentes: desde que exiges que expliquemos, innumerables veces, la lógica de lo que esperamos. Desde que piensas que el sexismo reverso existe.
Crees que en el género, como con las bestias irracionales, hay jerarquía; que el peldaño más alto es tuyo, porque siempre se ha hecho sido así. También era usanza ataviarnos con cinturones de castidad: ¿Cuánto tiempo podrías permanecer en una relación monógama con tu mano? Concuerdas con lo incongruente, porque se ajusta a tu propósito.
Si te atrevieras a mirar un poco más profundo y sin la desesperación con la que te aferras a tu territorio, verías (y lo explico con manzanas, porque a pesar de todos los intentos por informarte, aún no entiendes) que la exclusividad sobre derechos y oportunidades no te pertenece, que es algo parecido a tener un árbol que da frutos incesante y continuamente y corres a recoger todas las manzanas, llenas tu cesta, pero obstaculizas nuestro camino; quedamos hambrientas y con la canasta vacía, mientras del árbol siguen cayendo frutas que no nos permites tomar. ¿Qué pasa con ellas? ¿Qué pasa con el acceso que, ilógicamente, niegas? Lo usas como herramienta de subyugación. No nos dejas acceder a lo que es nuestro, pero lo disfrazas de generosidad; compartes lo tuyo, reiterando la idea de que es tu deber proveernos, incluso de aquello que por derecho humano nos corresponde.
Bloqueas nuestro camino porque si somos capaces, sientes que menoscabamos tu derecho a seguir, implícitamente, dictando pautas que nos hacen encajar en la idea, que te fue legada y aceptas, de lo que es ser mujer. ¿Como puedes dilucidar nuestro rol, si solo has seguido patrones, sin detenerte a entenderlo sino a aplacarlo? ¿Cómo puedes siquiera comenzar a entender carencias que nunca has sufrido?
Entiende: NO competimos contigo, NO te odiamos. Es más, a muchas nos encanta la cosquilla del orgasmo que, a veces, te invitamos a traernos. Disfrutamos, en consenso, tu sexo dentro del nuestro (aunque han habido casos que es mejor olvidar). NO queremos ser tu igual porque somos completas y validas en nuestra diferencia. Somos fuente de vida, acarreamos humanidad en el vientre. Amamos ser mujeres y amamos que seas hombre. Amamos las flores que en alguna ocasión nos has traído, nos gusta que nos abrigues cuando hace frío, porque te importamos, no porque nos crees incapaz de hacerlo.
No buscamos empatar ni ganarte, no somos tus adversarias ni tus enemigas: Esto es lo primero que debes entender. No diferimos contigo porque “nos falta leer”. No marchamos para darle sentido a nuestras vida; lo hacemos para que veas el sentido intrínseco que tiene cada vida nuestra, para que el acceso sea igualitario y porque la libertad sobre nuestras vidas, nuestra decisión y nuestros cuerpos solo debe ser legislada por quien gobierna en ellos: nosotras.
No estamos en una carrera contigo; se te han dado milenios de ventaja en la pista y, así, ninguna carrera funciona. No queremos usurpar lo tuyo, sino que no sigas apropiándote de lo nuestro: Todo eso que a ti nunca te ha hecho falta.
Por: Marcela Del Sol, escritora y activista socio-humana.